Brazil: la ciudad que devora

Rita Lilia García Cerezo

Brazil nos muestra una sociedad distópica en la  que la ciudad devora la libertad de los hombres; todo debe funcionar de acuerdo a las absurdas reglas de una burocracia llevada al extremo, con una presencia prácticamente omnisciente. Los edificios y las oficinas de gobierno son enormes e imponentes; la primera vez que vemos una, es a través de un plano secuencia en el que la cámara pareciera no avanzar, pues los interminables cubículos lucen exactamente iguales. Todo es de color gris y los mismos empleados parecen funcionar como engranes; realizan acciones repetitivas y automáticas y se contentan con ver a escondidas películas viejas en las múltiples pantallas de televisión.

La puesta en escena nos muestra una ciudad futurista en la que, sin embargo, predomina un ambiente antiguo. Los primeros planos o medios planos nos muestran una mezcla de objetos antiguos, de los 40s o 50s, con funciones modernas; las máquinas de escribir son en realidad impresoras o teclados de computadoras, cuyas pantallas son una especie de lupa en mica; para contestar los teléfonos es necesario accionarlos con cables, como lo hacían antiguamente las operadoras; hay cafeteras, tostadoras y tinas que se activan automáticamente, etc. Toda esa parafernalia muestra su ineficacia una y otra vez.   

Asimismo, no sólo las oficinas sino también los domicilios particulares son parte de esta maquinaria, pues cada uno de los pequeños departamentos funciona de manera automatizada y depende de un sistema central que controla toda la ciudad: tras las paredes blancas y los pisos se oculta una complicada red de cables y tubos, pero también hay gruesos ductos en los techos que recorren cada habitación en las que algunas paredes son transparentes. Al ser parte del sistema, todos son susceptibles de que su privacidad se vea interrumpida en cualquier momento si éste lo requiere, sin explicación y sin compensación alguna.

Sam Lowry es un joven soñador que, aunque forma parte del sistema, tiene la fantasía de salir de él y ser un héroe,valeroso y libre con una doncella a la cual amar y proteger; sin embargo, a través de sus sueños, atestiguamos cómo esta ciudad lo va devorando igual que a los otros. Mientras que en el primero vuela libre, totalmente ajeno a la tierra, en los subsecuentes se va haciendo presente la ciudad y su amenaza: aparece primero en forma de enormes bloques de cemento que brotan del suelo rompiéndolo, destruyendo las áreas verdes, obstruyendo la luz del sol, la vista del cielo, encerrando a Sam y a su heroína.

Cada vez que Sam sueña, escuchamos la melodía “To Brazil”, que nos hace evocar ese paisaje verde y festivo ausente en el filme, pues, aunque en apariencia las mansiones y las amplias y lujosas construcciones donde viven y se reúnen las personas adineradas tienen color, elementos de la naturaleza (plantas y agua) y una decoración que pareciera invitar al goce y la paz, en realidad está llenas de frivolidad, de frialdad. Sus sueños van involucionando de la libertad plena, de la naturaleza viva y protectora a la invasión del concreto que lo persigue cruel y termina por atraparlo impasible ante los deseos del muchacho por vivir su propia vida. 

La realidad se cuela en los sueños de Sam y va invadiéndolos poco a poco con su gris odioso, con su automatismo aborrecible. En su mente, Sam lucha contra todo ese sistema inhumano que no le permite ser libre y lo apresa entre interminables trámites burocráticos y consumismo de cosas inútiles que son sólo basura; la ciudad, para Sam, es el verdadero monstruo a vencer, pero hacia el final logra engullirlo en sus entrañas. Aún así, Sam logra liberarse, aunque no de la manera que hubiera querido.

Referencias:

Vela León, Juan Antonio. (2000). Cine y mito, una indagación pedagógica, Col., Hermes didáctica Nº 9, Ed. Laberinto, España, 186 pp.


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