Philip K. Dick: Blade runner y otros delirios
MIGUEL ÁNGEL GALVÁN PANZI. Profesor DE TLRIID. CCH Naucalpan

Quizá el escritor de Ciencia Ficción que me ha llevado a los más alucinantes niveles de asombro es Philip K. Dick. Empecé a leerlo después de haber visto Blade Runner por primera vez, en los lejanos años 80. Leí con avidez parte de su obra: El hombre en el castillo, La penúltima verdad, Tiempo de Marte, Los tres estigmas de Palmer Eldritch, Ubik,, Hija de Marte, etcétera. Novelas, todas ellas, que conciben otro lado de la realidad o bien, de manera absoluta, otra realidad, tal y como sucede en El hombre en el castillo, novela considerada de política ficción o, si se quiere ver de otra manera, desarrollada en un universo paralelo.
La novela cuenta la historia de los Estados Unidos tras haber sido derrotados en la Segunda Guerra Mundial por Alemania y Japón. Imaginemos a los gringos divididos en dos: los EU del Atlántico, dominados por los alemanes, y los del Pacífico, subyugados por el imperio japonés. Por cierto, en 2015, la novela fue llevada al streaming por Amazon, con resultados dispares, aun así, vale la pena verla.
Dick es ni más ni menos que un autor de culto; fue creador involuntario de su propio mito, venerado por sus lectores y respetado como escritor de lo que se califica maliciosamente como género menor. Philip. K. Dick nació prematuramente, junto a su hermana gemela Jane, el 2 de marzo de 1928, en Chicago; sin embargo, Jane murió trágicamente pocas semanas después. La influencia de la muerte de Jane fue una parte dominante de la vida y obra de Philip K. Dick. El biógrafo Lawrence Sutin escribe; El trauma de la muerte de Jane quedó como el suceso central de la vida psíquica de Phil.
Dick sumó a dicho trauma una forma peculiar, por decirlo de algún modo, de vivir y de percibir la realidad, que lo llevó a desarrollar una personalidad paranoica; durante las décadas de los 60 y 70, se volvió adicto a las anfetaminas, y viajó, con frecuencia, con LSD; se asumió como esquizoide, aunque al parecer padecía un trastorno bipolar y, finalmente, intentó explicarse las diversas experiencias místico religiosas que dijo tener en sus últimos años de vida. Dick ilustra a la perfección las palabras de Blaise Cendrars: un escritor es un ser que vive, ama, tiene miedo, sufre, se equivoca y que, además, escribe. Y Dick lo cumplió con creces.
Todos los aspectos mencionados y que se relacionan con su biografía, van a aparecer dentro de su obra. Sin embargo, el tema central de su narrativa es el poder y los mecanismos empleados para mantenerlo y ejercer un control absoluto en las vidas de los seres humanos, quienes son manipulados por distintos medios: la tecnología, la televisión, las creencias religiosas o las drogas.
Varias de las obras de Dick han sido filmadas con mayor o menor fortuna: desde las dos versiones de Total Recall, la de 1990, de Paul Verhoeven, cuyo protagonista es Arnold Schwarzenegger, con inolvidables secuencias en las que el metro Insurgentes y Chabacano son usados como escenarios futuristas, o su remake de 2012, del mismo título, dirigida en por Len Wiseman. En esta lista se incluyen Minority Report, de Steven Spielberg, 2002; The Adjustmen Bureau (Los agentes del destino), dirigida por George Nolfi (2011); Next, dirigida por Leo Tamahori (2007); A Scanner Darkly (Una mirada a la oscuridad), dirigida por Richard Linklater (2006), basada en la novela del mismo nombre, publicada en 1977.

La primera de las novelas de Dick llevada al cine fue Blade runner. La película adapta la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, publicada en 1968. El filme se estrenó en 1982, el mismo año de la muerte de Dick, quien ya no alcanzó a verlo. La película es una excelente versión de la novela, con la que guarda algunas diferencias. Una de las más significativas es el papel jugado por el mercerismo en el relato. El mercerismo es un culto religioso inspirado en la historia de Wilbur Mercer: una mezcla de vida, muerte y resurrección cristiana con la realidad virtual compartida por los usuarios que se conectan a las cajas de empatía para lograr acceder al mundo Mercer.
Dick ubicó la acción de la novela en San Francisco, en 1992. El filme se desarrolla hacia 2019. Deckard, su protagonista, es un solitario, un perseguidor concebido a la usanza de los detectives de Serie Negra que se mueve en una ciudad distópica, degradada y envilecida: ni más ni menos que Los Ángeles. Se trata, y estoy de acuerdo con Lauro Zavala, de una película posmoderna, un híbrido que conjunta elementos tanto del thriller como de la ciencia ficción. Los escenarios en los que transcurre la historia nos muestran una ciudad con lluvia ácida perpetua y una oscuridad interrumpida tan sólo por los anuncios luminosos que la alimentan, así como por la luz artificial de algunas de sus calles y los faros encendidos de los autos que transitan en las alturas o que circulan por las vías terrestremente comunes.
En esta recreación postapocalíptica se hacinan por igual anglos, orientales, mexicanos y, por supuesto, los llamados replicantes, Todos ellos siguen los rituales de su propia moda: punks, hippies, metaleros, convencionales, como Deckard, que usan corbata y gabardina, chinos que conservan la tradición de su vestido. En fin: una nueva Babel amenazada por la destrucción y por la venganza que desea ejercer un pequeño grupo de replicantes (nombrados así en la película), ciborgs diseñados para cumplir, bajo condiciones propias de un capitalismo más que salvaje, las tareas de exploración y explotación de otros planetas.
Los replicantes son seres genéticamente perfectos, sus aptitudes físicas rebasan, con amplitud, las de los humanos; sólo que, contra lo previsto, han desarrollado sentimientos y pensamientos propios, lazos de solidaridad con sus iguales y se han rebelado frente al destino que se les ha impuesto. Expulsados de la tierra por el motín de consecuencias sangrientas en el que participaron tiempo atrás, los replicantes disponen de un tiempo limitado: están programados para vivir cuatro años y deberán morir en el momento que se les marcó. Héroes o, si se quiere, antihéroes trágicos que han vuelto a su lugar de origen para evitar la muerte. Deckard, el Blade runner, es el detective desencantado y medio decadente será el encargado de impedirlo.
Hasta aquí todo parece una simple trama de película de acción. Por fortuna, no es así. Tanto el trabajo de dirección de Scott como del guionista David Webb Peoples logran recuperar, con otros elementos, la complejidad de la novela de Dick. El filme consigue, además de la creación de una atmósfera asfixiante y de una propuesta visual altamente estilizada, llevar al espectador a cuestionarse acerca de los límites entre lo natural y lo artificial, la realidad y la manipulación de la que es objeto, el deseo por sobrevivir y la inevitabilidad de la muerte. No se trata de una fábula sobre robots malos y hombre buenos; la película propone, y en eso radica uno de sus mayores méritos, una visión ambigua sobre el comportamiento humano, el temor ante lo desconocido, así como la imposibilidad de conocer qué tan real es nuestra existencia.


Referencias:
Fancher, H. et al. (productores) y Scott, R. (director). (1982). Blade Runner [cinta cinematográfica]. E.U.: Warner Bros. et al.
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